Tengo 4 años de edad y no paro de jugar. Mi madre lo entiende, pero reconoce que los deberes son primero. Me encierra en el estudio con tan solo una hoja de papel y un bolígrafo. Horas después, y luego de un prolongado y extraño silencio, se acerca para ver que hace su niño. Lo que descubre sobre la mesa, la deja sin palabras. Una nave espacial creada con los retazos desarmados de la pluma, y un diálogo impronunciable escrito a máquina, que mantienen mis dos amigos marcianos. Entonces comprende, que no puede detener lo ineludible, dejarme soñar y crear con lo que tenga a mano. Soy un genio, pero como cualquier otro niño de mi edad. Elijo lo que más llama mi atención. Soy un niño Montessori.

Pero cumplo 5 años y mi vida se desmorona. Mis padres se separan y de los 5 a los 18 años me crío en 4 hogares diferentes. Paso por más de 10 escuelas. Mi padre me echa de casa a los 18 años y me da diez días para buscar vivienda y trabajo. Yo decido montar mi primer negocio. Con el tiempo las cosas mejorarán un poco. Un empleo por aquí y entre medias algún emprendimiento más. Pero todos fracasan. Me encanta la publicidad y regreso a los estudios, pero a punto de cumplir los 26 y a 6 meses de terminar el grado, se cruza un viaje a España. Mi madre sabe lo que yo desconozco, que necesito un cambio y que es momento de abrir mis alas. Y me da un consejo: -Quédate por allá, viaja, descubre cosas nuevas.